COMERCIANTE TODA SU VIDA


La vida siempre dándonos lecciones







Este buen hombre llega al otoño de su existencia llevando a cabo la actividad que realizó siempre, el comercio.  Cansado, pero satisfecho, con el alma reventando de tranquilidad. 


Conservaba unos ahorros, pues siempre fue muy metódico. Yo, veo su carita y siento una gran ternura. Lo veo cansado, se levanta con trabajo de la silla y me conmueve ver que ese es cansancio físico, porque su alma está intacta. Golpeada por las pérdidas, lastimada pero descansando en el hecho de creer en una vida futura y sentir que el día menos pensado se volverá a reunir con los que se adelantaron. 


Cuando comenzó era pequeño, su padre tenía planeado para él un futuro "maravilloso". Dinero, propiedades, una profesión, postgrados, economía por lo alto, brillar con distinciones ganadas con cada logro. Y su padre tenía las mejores intenciones, mas pensaba en lo externo y no en lo que Don Carlos sentía. Para él, la felicidad era otra cosa: no era todo lo que su papá tenía planeado para él. Él era feliz en su mundo, lo llenaba plenamente. Encontraba fantástico negociar con los productos que él mismo elaboraba, le gustaba saber que daba trabajo a otros, que con el fruto de su esfuerzo tenía un techo tranquilo y tenía paz. La doctrina en la vida de Don Carlos era: VIVE PARA SER FELIZ,  que es tu principal misión en este plano.

Siempre recordó a la joven Águeda. Linda morenita de sonrisa franca y dulce de la que se enamoró perdidamente. Ella, parecía corresponderle. Y así pasaban semanas, meses y Don Carlos tenía temor de no ser correspondido y nunca se atrevió a decirle nada. Ella partió antes, una rara enfermedad la hizo realizar el viaje final a muy temprana edad. Pero Águeda vivió en el corazón de Don Carlos toda su vida. Increíble, impensable cómo alguien puede vivir en el corazón de otra persona por toda la vida! Cómo puede marcar así un alma. Su primer amor, su primer dolor pero lo acompañó su espíritu siempre. Los intercambios de sonrisas, de miradas y el suave, casi imperceptible roce de sus manos en pocas ocasiones, fueron suficientes para que esto se diera. 


La gente sentía una gran simpatía por Don Carlos. Aunque no sonreía abiertamente, la expresión sincera de sus ojos era la que atraía el cariño de las personas. Su honestidad, el ser leal, no querer ganarse nunca un centavo mal habido. Él se acostaba sobre la almohada de la conciencia tranquila, la más suave y rica que puede haber. 


Él hablaba siempre con El Eterno (así lo llamaba). Por las tardes, en sus ratos de quietud, miraba hacia el Cielo y le decía cuánto agradecía la grandeza de sus obras. Cuando estaba somnoliento en su mecedora y miraba hacia abajo, también le agradecía ese suelo firme que pisaba en todos los sentidos. En el físico, porque calzaba buenos zapatos que podía comprarse con el fruto de sus esfuerzos, y en el espiritual, porque hizo de su vida lo que quiso. Nunca se dejó doblegar por la voluntad de su padre ni de la de nadie más.


Don Carlos tenía la recompensa en su propia vida: en su quehacer, en su determinación inquebrantable de no moverse de su línea ni por una distracción. No había tal distracción, él estaba firme en que esa era su vocación. El trato con la gente lo hacía sentir útil y feliz, aprendió todos los pormenores de su oficio con dedicación y entrega. 


Cuán triste tiene qué ser la vida de quien no usa, no puede usar, una almohada como la de don Carlos: cómoda, suavecita, por haber obrado bien. Y qué pena, franca y sentida pena, por aquel que tuvo el destino totalmente contrario por cargar culpas y penas que bien se pudo evitar de haber tenido una óptica diferente de lo que hacía en un momento presente que a la postre, se convirtió en un pasado que lamentar. Que pena, de verdad que pena! 




La felicidad es la manera de navegar en esta vida. No es un destino, no es una meta. 


Todo lo que hizo en su vida, lo hizo  con amor. Lo que haya sido, por insignificante que pudiera parecer una acción. Es el ingrediente mágico, el ingrediente que no falla, aquel que no puede faltar y que te brinda una saciedad que difícilmente podrás encontrar en algo más. 





Por amor nací. Por amor volveré a nacer día a día, hasta que llegue mi momento. Y aún entonces, naceré. 




 

Comentarios

  1. Muy lindo Maty! Una historia muy bonita y entrañable. Sin duda el amor es el ingrediente secreto! Saludos!

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  2. Hola Maty, una bonita historia. Don Carlos buscó su felicidad y la encontró haciendo algo que le llenaba de cuerpo y alma. Un abrazo.

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  3. Hermosa historia, el hombre sencillo es feliz con lo que le gusta hacer y sin hacer daño a nadie. Te mando un beso

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  4. Una felicidad enorme puede caber en un pequeño gesto bondadoso.

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  5. Un relato conmovedor y muy hermoso, donde la felicidad está plasmada como lo que es momentos que se llevan muy dentro y se reparten hacia fuera. Un abrazo grande Maty y gracias

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  6. Hermoso sería si pudieramos navegar la felicidad de la misma manera que navegamos por la web. Pero furtiva ella es la que elige el camino por donde la encontraremos. Claro que no es un destino, te doy la razón. Me gusta tu blog. Saludos desde el Sur.

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